Esta
santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por
ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y
comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior:
«No, no hablaré mal de nadie». Este es un paso en la santidad. Luego, en casa,
su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se
sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que
santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la
Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad.
Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con
cariño.
Ese es otro paso.
A
veces la vida presenta desafíos mayores y a través de ellos el Señor nos invita
a nuevas conversiones que permiten que su gracia se manifieste mejor en nuestra
existencia «para que participemos de su santidad» (Hb 12,10). (…) Cuando el
Cardenal Francisco Javier Nguyên van Thuân estaba en la cárcel, renunció a
desgastarse esperando su liberación. Su opción fue «vivir el momento presente
colmándolo de amor»; y el modo como se concretaba esto era: «Aprovecho las
ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera
extraordinaria».