miércoles, 30 de octubre de 2019

AVE MARÍA

La Virgen, como Madre de Jesús, muy bien puede decirnos que el Señor de la gloria, durante su vida terrenal, tuvo un cuerpo de carne y afectos humanos. La piedad mariana es una piedra de toque para la correcta comprensión de la Encarnación.

Garante de la Encarnación, la Virgen nos hace adorar a un Dios que, en su Hijo, ha abrazado por completo nuestra condición (¡excepto el pecado!). Así, la Virgen, a través de la cual Jesús tomó un cuerpo similar al nuestro, es la promesa, en su persona y aún más en la de su Hijo, del matrimonio entre el Cielo y la Tierra. Pero esta cuestión del cuerpo no se refiere solo a la fe. También tiene consecuencias prácticas. En este nivel, la Virgen, en su solicitud materna, nos advierte sobre el mal uso que en estos tiempos de profunda crisis le damos a la sexualidad.

A veces, lo desprecia (cuando está "fuera de servicio") y, a veces, lo idolatra. Aqu también la Santísima Virgen nos recuerda la dignidad eminente de nuestros cuerpos y nos advierte que están hechos para el don de uno mismo, y no para satisfacer impulsos en los que la preocupación por el otro no existe y que nuestro cuerpo resucitará al final de los tiempos.

Manuel García.