La
Virgen, como Madre de Jesús, muy bien puede decirnos que el Señor de la gloria,
durante su vida terrenal, tuvo un cuerpo de carne y afectos humanos. La piedad
mariana es una piedra de toque para la correcta comprensión de la Encarnación.
A veces,
lo desprecia (cuando está "fuera de servicio") y, a veces, lo
idolatra. Aqu también la Santísima Virgen nos recuerda la dignidad eminente de
nuestros cuerpos y nos advierte que están hechos para el don de uno mismo, y no
para satisfacer impulsos en los que la preocupación por el otro no existe y que
nuestro cuerpo resucitará al final de los tiempos.