FRUTO DEL ESPIRITU SANTO
Pablo
menciona la mansedumbre como un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,23). Propone
que, si alguna vez nos preocupan las malas acciones del hermano, nos acerquemos
a corregirle, pero «con espíritu de mansedumbre» (Ga 6,1), y recuerda: «Piensa
que también tú puedes ser tentado» (ibíd.).
La
mansedumbre es otra expresión de la pobreza interior, de quien deposita su
confianza solo en Dios. De hecho, en la Biblia suele usarse la misma palabra
anawin para referirse a los pobres y a los mansos. Alguien podría objetar: «Si
yo soy tan manso, pensarán que soy un necio, que soy tonto o débil». Tal vez
sea así, pero dejemos que los demás piensen esto. Es mejor ser siempre mansos,
y se cumplirán nuestros mayores anhelos: los mansos «poseerán la tierra», es
decir, verán cumplidas en sus vidas las promesas de Dios. Porque los mansos,
más allá de lo que digan las circunstancias, esperan en el Señor, y los que
esperan en el Señor poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz (cf. Sal
37,9.11). Al mismo tiempo, el Señor confía en ellos: «En ese pondré mis ojos,
en el humilde y el abatido, que se estremece ante mis palabras» (Is 66,2).
Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.
Papa Francisco, Gaudete et exsultate, nº 73 al 76